Una desgracia terrible esta siendo vivida por el pueblo de Haití en estos días. Después de un terrible terremoto de 7 grados y de un minuto de duración destruyeron la mayor parte de la ciudad capital, Puerto Príncipe, y dejaron miles de muertos. Muchos de estos cuerpos están en las calles, con una simple cobertura en el mejor de los casos, haciendo que el horrendo caos de los edificios caídos se sume al olor de la descomposición.
En las imágenes de todas las televisoras y todas las fotos que están en Internet se puede observar casi siempre la misma escena: Los cadáveres en el suelo y los haitianos caminando al lado de ellos como si no existieran. Los rostros de las personas reflejan un desinterés que resulta escalofriante. La ausencia de esperanza es terrible en un país destrozado por una tragedia como esta.
Otro aspecto terrible es la falta de solidaridad y apoyo mutuo. En los escenarios de los derrumbes no se ve al pueblo tratando de auxiliar a sus compatriotas. La mayoría de las personas que están ahí son los socorristas de otras naciones que se avocaron en el auxilio. Es muy triste ver un país derrotado por su circunstancia y no tener la minima esperanza.
A México le sirvió el terremoto del 85 para despertar su conciencia social y, al menos en lo político, comenzar a moverse hacia la democracia. La reacción de la sociedad mexicana fue totalmente diferente a la haitiana. Los haitianos que han demostrado mayor preocupación y coordinación son los que están fuera de su país.
Ojala esa gente regrese pronto a su país para renovarle el espíritu y quitarles el actual estado mental de “que sea el otro el que haga las cosas” que parece estar establecido en Haití.
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