Había una vez un ogro joven, con muchas ganas de prestar su fuerza a los hombres y mujeres del pueblo cercano. El ogro era muy bueno para abrir caminos, ahuyentar a ladrones y llevar a los pequeños a la escuela en el bosque. Los habitantes del pueblo le pagaban un tributo en retribución por los buenos oficios del ogro.
Todo iba muy bien, hasta que un día uno de los pobladores, que se jactaba de ser el más inteligente de todos, le dijo al ogro que cobraba muy barato por sus servicios, ya que con las obras que realizaba el pueblo había prosperado y nada faltaba. El ogro escuchó esas palabras y decidió cobrar más y traer a otro ogro para que le ayudara con las tareas.
Al inicio la gente del pueblo no protesto, pues tenía presente los buenos oficios del ogro y no vieron que otro fuera una carga tan pesada. Sin embargo, el ogro se había vuelto ambicioso y cada mes les aumentaba el tributo y traía un ogro más para ayudarle. Al tiempo, había más ogros que trabajo y se veía a muchos de ellos obstruyendo caminos, asaltando a los pobladores y destruyendo la escuela, con el pretexto de construir más caminos, dar más seguridad y dar mejor educación a los infantes.
El pueblo cayó en desgracia y los pobladores empezaron a vivir en la pobreza. Algunos se fueron a otro pueblo a comenzar de nuevo, otros tuvieron que rendir tributo hasta que no les quedo nada de patrimonio. Otros murieron recordando los viejos tiempos de bonanza. De aquel ogro joven no quedaba rastro. Había crecido y ahora era una enorme masa que pasaba la mayor parte del tiempo acostado, viendo como el resto de los ogros cobraban tributo y no prestaban los servicios de antaño. Parecía que el pueblo y los ogros estaban condenados y así fue.
Los pocos pobladores que quedaban se reunieron al anochecer y decidieron que era suficiente. La tiranía del ogro debía terminar. Tomaron sus azadones, machetes y palas, y comenzaron a matar a los ogros. Algunos pudieron despertar y se defendieron, matando a muchos pueblerinos. Al final, ganaron los hombres y dejaron vivo a un ogro joven, con muchas ganas de prestar su fuerza a los hombres y mujeres del pueblo…
El gobierno de Mexico escuchó al hombre “inteligente”, aumento los impuestos y dejo de prestar los servicios básicos que todo gobierno debe a su pueblo: infraestructura, seguridad y educación. Ahora debe escuchar al pueblo y desterrar a los ogros que están estorbando.
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