La vida personal y la libertad de hacer lo que uno quiera, sin dañar a terceros, es el derecho fundamental del ser humano. Como individuo se debe tener la libertad de decidir lo que considere mejor para sí mismo y buscar la felicidad (lo que cada quien entienda por felicidad). Sin embargo, esta libertad es pocas veces ejercida porque, como seres humanos, vivimos en sociedad y no aislados. Esta vida en sociedad nos impone ciertas reglas morales y de conducta.
Estas reglas morales han ido evolucionando con el tiempo para condensarse en lo básico de la conducta humana. En otras palabras, le hemos ido quitando paja y hemos dejado las semillas. Hemos cambiado de reglas muy específicas, a conceptos más generales y universalmente aceptables. Hemos (o deberíamos haber) pasado de normas prohibitivas a normas afirmativas. Desafortunadamente no todos hemos aprendido las lecciones de la historia y estamos repitiéndolas en el presente.
La lucha de una pareja de hombres por contraer “matrimonio” y lograr el reconocimiento de las leyes para obtener los beneficios que las mismas leyes le dan a parejas de diferentes sexos, es una historia que debería haber sido superada, al menos, 10 años atrás. Use comillas en la palabra matrimonio, pues el contrato legal de la sociedad conyugal está mal empleado en esta discusión. En términos civiles, en la mayoría de los casos, el matrimonio se define como la unión de un hombre y de una mujer, con algunas características añadidas.
Muchas personas siguen pensando que el deseo de una persona de permanecer junto a otra desaparece por no tener un compromiso legal y reducen el amor al mero acto sexual. Si a esto le añadimos el manifestarse en contra de las libertades personales de obtener seguridad jurídica para la pareja, crean un escenario irrisorio. Para muestra, las protestas en Mexicali, Baja California en contra de las parejas de hombres que pretenden casarse, amparo en mano, por las leyes civiles.
Lo preocupante de este asunto son los siguientes puntos:
El ayuntamiento rehúsa realizar el matrimonio por la falta de constancia de participación en unas platicas matrimoniales. Esto no sería problema si dichas platicas matrimoniales no tuvieran el sesgo religioso que actualmente tienen, y que atenta directamente a la separación de la iglesia y el Estado.
El ayuntamiento suspende el acto ante las acusaciones de una señora de que los contrayentes sufren de locura. A menos de que la señora sea psiquiatra y pueda diagnosticar de lejitos, y que se comprueba que están locos, puede incurrir en un delito.
Los manifestantes religiosos que se oponen a un acto civil.
Los “luchadores sociales” usando cubrebocas para no contagiarse de homosexualidad.
Al final de cuentas, las parejas van a solicitar el reconocimiento de un estatus legal que les permita obtener beneficios de seguridad social y fiscales, no a pedir permiso para poder vivir en compañía. Como dice el viejo y conocido refrán:
“El respeto al culo ajeno, es la paz”, o como sea.